La Habana, mayo 3:
Al final de la eucaristía que presidió el domingo 2 de mayo en la parroquia de Santa Rita, el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana , reveló a los presentes que las Damas de Blanco podrían realizar su marcha habitual después de la misa sin ser interrumpidas, según le habían asegurado las autoridades. Durante siete años varias esposas, hijas y madres de presos políticos cubanos, han asistido cada domingo en la mañana a la misa en la parroquia de Santa Rita y al concluir la celebración realizan una caminata de cientos de metros a lo largo de la 5ta Avenida de Miramar, donde se encuentra el templo, para protestar por el encarcelamiento de sus seres queridos. Los domingos 18 y 25 de abril últimos al salir de la iglesia fueron impedidas de realizar la marcha al ser rodeadas por grupos de personas que las insultaron violentamente, en lo que se conoce como actos de repudio. El acto de repudio del día 25, frente al templo, se prolongó por más de siete horas.
El cardenal Ortega manifestó a las autoridades, tanto de forma pública como privada, su rechazo al tratamiento dado a las mujeres. En entrevista concedida a Palabra Nueva y publicada el lunes 19 de de abril afirmó que eran “penosos los actos de repudio hacia las madres y esposas de varios presos” y llamó a no dejar “en nuestra historia como pueblo este tipo de intolerancia verbal, y aún física, como rasgo característico del cubano”.
La respuesta positiva al reclamo llegó antes del fin de semana pasado. Las autoridades hicieron saber al pastor de la Iglesia en La Habana que las marchas de las mujeres no volverían a ser interrumpidas y le solicitaron que informara de esta decisión a las Damas de Blanco. Tras expresar su agradecimiento por el gesto, el cardenal se reunió el sábado 1º de mayo en horas de la mañana con cinco mujeres integrantes del grupo, a quienes puso al tanto de la nueva situación y les hizo saber además que, como garante del cumplimiento de lo acordado, él personalmente acudiría el domingo 2 de mayo a la parroquia de Santa Rita y presidiría la santa misa a las 10:30 a.m.
Tal como fue asegurado por las autoridades, al concluir la santa misa las Damas de Blanco realizaron su caminata sin ser molestadas.
NUESTRA VOZ ES UN LLAMADO AL DIÁLOGO
El cardenal Ortega manifestó a las autoridades, tanto de forma pública como privada, su rechazo al tratamiento dado a las mujeres. En entrevista concedida a Palabra Nueva y publicada el lunes 19 de de abril afirmó que eran “penosos los actos de repudio hacia las madres y esposas de varios presos” y llamó a no dejar “en nuestra historia como pueblo este tipo de intolerancia verbal, y aún física, como rasgo característico del cubano”.
La respuesta positiva al reclamo llegó antes del fin de semana pasado. Las autoridades hicieron saber al pastor de la Iglesia en La Habana que las marchas de las mujeres no volverían a ser interrumpidas y le solicitaron que informara de esta decisión a las Damas de Blanco. Tras expresar su agradecimiento por el gesto, el cardenal se reunió el sábado 1º de mayo en horas de la mañana con cinco mujeres integrantes del grupo, a quienes puso al tanto de la nueva situación y les hizo saber además que, como garante del cumplimiento de lo acordado, él personalmente acudiría el domingo 2 de mayo a la parroquia de Santa Rita y presidiría la santa misa a las 10:30 a.m.
Tal como fue asegurado por las autoridades, al concluir la santa misa las Damas de Blanco realizaron su caminata sin ser molestadas.
NUESTRA VOZ ES UN LLAMADO AL DIÁLOGO
Entrevista con el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana
Para cualquiera que preste atención a lo que acontece en Cuba hoy, sea cubano o extranjero, está claro que atravesamos uno de los momentos más singulares de nuestra historia. Por mucho que se insista en lo contrario, hay imprecisiones en los contornos económicos, políticos, culturales y hasta religiosos que condicionan la vida nacional. A lo anterior habría que añadir el lugar que ocupa la Iglesia en medio de la sociedad cubana: mientras para algunos dice demasiado, otros consideran que dice poco. Con esta entrevista al cardenal Jaime Ortega, Palabra Nueva ofrece no solo el criterio oportuno de nuestro arzobispo y pastor en relación con el momento que vivimos, sino que en su palabra se reitera, una vez más, el llamado de la Iglesia al diálogo y la reconciliación entre todos los cubanos.
Orlando Márquez
Palabra Nueva: Señor cardenal, recientemente los medios nacionales dieron amplia difusión a una reunión en la que estuvieron presentes los pastores y líderes de prácticamente todas las confesiones religiosas presentes en Cuba junto al presidente Raúl Castro, la señora Caridad Diego, jefa de la Oficina de Asuntos Religiosos, otros altos funcionarios cubanos, así como el religioso dominico brasilero frei Betto. Pero no hubo obispos ni representantes de la Iglesia católica en Cuba en ese encuentro. Esto ha generado en muchos algunas dudas o preguntas sobre la posición de la Iglesia en relación con el gobierno cubano. ¿A qué se debe la ausencia de la Iglesia católica en estos eventos?
Cardenal Jaime Ortega : Para este acto recibimos invitación tanto los obispos auxiliares como yo y otros miembros del clero y algunos religiosos y religiosas, pero declinamos asistir por tratarse de una conmemoración de dos eventos no relacionados directamente con la Iglesia Católica. Uno es el aniversario de una reunión efectuada por el presidente Fidel Castro hace veinte años con el Consejo de Iglesias de Cuba, al cual no pertenece la Iglesia Católica. El otro hecho conmemorado conjuntamente, fue la publicación en Cuba del libro “Fidel y la religión” de frei Betto, que tampoco nos implicaba directamente a nosotros como Iglesia, si bien este libro contiene varias acertadas respuestas de Fidel que tienen valor aún hoy, con respecto a temas pendientes en las relaciones Iglesia-Estado, como son varios aspectos de la educación católica. Pero no creemos que esta conmemoración justificara una convocatoria tan amplia de distintas confesiones religiosas, representantes de cultos sincréticos, espiritistas y aún dirigentes de la masonería, que no constituye esta última una religión.
Creo que lo único que tienen en común esas manifestaciones religiosas, animistas o asociativas, es el hecho de ser atendidas todas por la misma Oficina de asuntos religiosos del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Pero esta oficina, que presta servicios a los distintos sectores religiosos, pararreligiosos o asociativos de Cuba, no constituye una especie de máximo organismo que reúna, con un mismo fin, a los distintos grupos que le estarían subordinados.
P.N.: En ese mismo encuentro se evocaban palabras del ex presidente Fidel Castro en la entrevista concedida a frei Betto hace veinte años y recogida en el libro que usted menciona, concretamente su llamado a una “alianza estratégica” entre cristianos y marxistas para hacer frente a los males de América Latina. Pero ahora la “alianza estratégica” sería una alianza definitiva entre cristianos cubanos y las autoridades en Cuba para trabajar, se dijo, por el bien de la sociedad. Como la Iglesia no estuvo en ese encuentro, ¿qué responde a esa invitación a establecer una alianza estratégica definitiva con el gobierno por el bien de la sociedad?
C.J.O.: En efecto, se habló en esa ocasión de una alianza estratégica, con el Estado cubano y con vistas al bien del pueblo, por parte de los distintos grupos allí reunidos.
Nunca he aceptado esos términos para considerar la acción propia de la Iglesia dentro de la sociedad y sus relaciones con los poderes del Estado, porque tienen resonancias militares o políticas en nada conformes para desarrollar las relaciones de la Iglesia con el Estado, pues la posibilidad de actuar en la sociedad, de servir a los hombres y mujeres que viven en nuestro país, no depende de un pacto social expreso o tácito de la Iglesia con el Estado.
La acción de la Iglesia dentro de la sociedad pertenece al orden de los derechos y el derecho a la libertad religiosa está reconocido claramente en la Constitución vigente en Cuba. Es dentro de ese propio marco constitucional, según su misma identidad y su modo propio de proceder, que la Iglesia Católica despliega su misión en Cuba en pro del bien común. En la búsqueda del bien común puede la Iglesia coincidir con instituciones oficiales o privadas, con organismos internacionales de ayuda, etc., que colaboran al bien general de la nación cubana; pero ni vertical ni horizontalmente la acción de la Iglesia se funda en alianza alguna, sino que brota del derecho que tiene el cuerpo eclesial de hacer presente el amor de Jesucristo en el mundo de hoy según su propia misión.
P.N.: Cuando la Iglesia habla de bien común, habla también de una serie de condiciones favorables que permitan el desarrollo pleno de la persona que vive en sociedad. En las difíciles condiciones que atraviesa el país hoy, ¿cómo puede ayudar la Iglesia en la búsqueda del bien común para toda la sociedad?
C.J.O.: Nuestro país se encuentra en una situación muy difícil, seguramente la más difícil que hemos vivido en este siglo xxi . En la prensa de Cuba aparecen opiniones de todo tipo respecto al modo de buscar salidas para las dificultades económicas y sociales de este momento.
Muchos hablan del socialismo y sus limitaciones, algunos proponen un socialismo reformado, otros se refieren a cambios concretos que hay que hacer, a dejar atrás el viejo estado burocrático de tipo estalinista, otros hablan de la indolencia de los trabajadores, de la poca productividad, etc. Pero hay un denominador común fundamental en casi todos los opinantes: que se hagan en Cuba los cambios necesarios con prontitud para remediar esta situación. Yo creo que esta opinión alcanza una especie de consenso nacional y su aplazamiento produce impaciencia y malestar en el pueblo.
Las dificultades de la crisis económico-financiera internacional hicieron su aparición justo en el momento en que tres huracanes afectaban a Cuba dejando numerosas pérdidas.
Tanto estas realidades nuevas, como el ya semicentenario bloqueo por parte de Estados Unidos, se suman a las perennes dificultades económicas de Cuba provenientes de las limitaciones del tipo de socialismo practicado aquí y configuran un panorama a veces sombrío
P.N.: Perdón… ¿Cree verdaderamente que el conflicto con Estados Unidos marca de modo determinante la vida de los cubanos?
C.J.O.: Creo que un diálogo Cuba-Estados Unidos sería el primer paso necesario para romper el círculo crítico en que nos encontramos.
Al comienzo de su gestión el presidente Raúl Castro propuso a los Estados Unidos este diálogo sin condiciones y sobre todos los temas, incluyendo los derechos humanos, y ha repetido su propuesta en más de una ocasión.
En su campaña política presidencial, Barack Obama también indicó que cambiaría el estilo al uso y buscaría ante todo hablar directamente con Cuba.
En esos momentos crecieron las expectativas del posible encuentro entre ambos países. Sin embargo, después de llegar al poder, el nuevo presidente norteamericano ha repetido el viejo esquema de gobiernos anteriores: si Cuba hace cambios con respecto a derechos humanos, entonces los Estados Unidos levantarían el bloqueo y se abrirían espacios para un diálogo ulterior.
Si bien se dieron pasos importantes que modificaron algunas medidas contraproducentes impuestas por el anterior gobierno, con el tiempo se alteró la propuesta preelectoral. De nuevo la antigua política prevaleció: comenzar por el final. Estoy convencido que lo primero debe ser encontrase, hablar y en el avance del diálogo se darían pasos que puedan mejorar las situaciones difíciles o superar los puntos más críticos. Este es el modo civilizado de enfrentar cualquier conflicto.
P.N.: En las últimas semanas esta situación de enfrentamiento se ha agudizado, específicamente a partir de la muerte del preso Orlando Zapata Tamayo debido a una huelga de hambre. Al menos otro ciudadano cubano se ha sumado a este tipo de protesta, las esposas y madres de los presos políticos se manifiestan por sus seres queridos, a lo que el gobierno cubano responde con firmeza… Todo esto enrarece aún más el ambiente. ¿Es posible un diálogo en estas condiciones?
C.J.O.: El hecho trágico de la muerte de un prisionero por huelga de hambre ha dado lugar a una guerra verbal de los medios de comunicación de Estados Unidos, de España y otros. Esta fuerte campaña mediática contribuye a exacerbar aún más la crisis. Se trata de una forma de violencia mediática, a la cual el gobierno cubano responde según su modo propio.
En medio de esto ¿qué puede hacer la Iglesia por el bien común? Ciertamente su misión le impide sumarse simplemente a una de las dos partes enfrentadas, con propósitos políticos de desestabilización de un lado, y con el consecuente atrincheramiento defensivo de otro. Lo que nos corresponde como Iglesia es invitar a todos a la cordura y a la sensatez para que se pacifiquen los ánimos.
Sabemos que un llamado a la Paz es, históricamente, inútil en el fragor de una guerra. Pero es el llamado que siempre ha repetido la Iglesia en todo tiempo y ante cualquier conflicto. El Papa Pablo VI acuñó una frase que tiene aquí toda su validez: “Diálogo es el nuevo nombre de la Paz ”. Porque en medio de ese fuego cruzado de palabras y argumentos resulta afectado el pueblo, cansado y deseoso de un presente y un futuro más sereno y próspero. Si nuestra voz fuera escuchada, necesariamente tendría como contenido un llamado al diálogo.
Este llamado lo hicimos los obispos de Cuba en nuestra nota que lamentaba la trágica muerte de Orlando Zapata, en la que pedíamos “a las autoridades que tienen en sus manos la vida y salud de los prisioneros, que se tomen las medidas adecuadas para que situaciones como éstas no se repitan y, al mismo tiempo, se creen las condiciones de diálogo y entendimiento idóneo para evitar que se llegue a situaciones tan dolorosas que no benefician a nadie y que hacen sufrir a muchos”. Esta disposición conciliadora, aunque parezca mostrarse infructuosa, es la misma que repetimos en el caso de Guillermo Fariñas, el otro ciudadano cubano que se ha sumado a este modo de protestar: pedirle que abandone la huelga de hambre.
P.N.: En este ambiente de acción-reacción, hemos visto incrementarse entre nosotros las respuestas con alguna forma de violencia contra quienes expresan en Cuba sus desacuerdos o reclamos, específicamente en el muy comentado caso de las Damas de Blanco. ¿Qué piensa de esto?
C.J.O.: No es el momento de atizar las pasiones. Por eso resultan penosos los actos de repudio hacia las madres y esposas de varios presos, a las cuales se unen ahora otro grupo de mujeres, conocidas todas como las Damas de Blanco.
Después de los dolorosos actos de repudio ocurridos con ocasión del éxodo de El Mariel en 1980, pensaba que éstos no retornarían más a nuestra historia nacional. En aquella ocasión, los obispos nos entrevistamos con un alto funcionario del gobierno que, tras escuchar nuestras consideraciones sobre esos actos, nos dijo: “pueden irse tranquilos, estos actos tienen que acabarse y será muy pronto”. En efecto, los actos de repudio desaparecieron poco después en aquella ocasión. Pero con sorpresa vimos que algún tiempo después estas acciones comenzaron a aparecer de nuevo en la escena nacional, y también entre cubanos del sur de la Florida frente a otros cubanos de pensamiento diverso, o artistas procedentes de Cuba, etc. No debe quedar en nuestra historia como pueblo este tipo de intolerancia verbal, y aún física, como rasgo característico del cubano. De hecho son siempre pocos quienes escenifican estos actos que no indican el sentir de la mayoría.
P.N.: Volviendo a los presos políticos. Recuerdo que a raíz de las detenciones y juicios sumarios del año 2003, tanto la Santa Sede como los obispos cubanos pidieron a las autoridades gestos significativos de clemencia, gestos humanitarios para con personas que habían recibido largas sentencias y eran enviados muy lejos de sus casas. ¿Continúa la Iglesia expresando su interés por estas personas? ¿Hay algo nuevo al respecto?
C.J.O.: Respecto a los presos por causas políticas, la Iglesia ha hecho históricamente todo lo posible porque sean puestos en libertad, no sólo los enfermos, sino también otros.
Con la participación de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos en la década de los 80 salieron de la cárcel un buen grupo de presos, que junto con sus familiares más cercanos partieron para los Estados Unidos. Considerados todos juntos, prisioneros y familiares, fueron más de mil los que en varios vuelos costeados por los obispos norteamericanos salieron de Cuba. Sólo los que tenían grandes delitos de sangre no recibieron visas para los Estados Unidos u otros países. A petición del Papa Juan Pablo II en su visita a Cuba, también un buen número de presos fue puesto en libertad y emigraron cuantos recibieron visas de diversos países, con la misma reserva hacia los delitos graves por los países receptores.
Esto es lo que siempre hace la Iglesia con los presos y toda persona afectada en relación con ellos, como son sus familiares. Lo mismo ha hecho con respecto a los cinco cubanos presos en Estados Unidos a solicitud de sus familiares, haciendo gestiones, hasta ahora infructuosas, para que al menos dos de las esposas que hace ya casi diez años que no ven a sus esposos puedan visitarlos. Con respecto a todo aquel que se encuentra en situaciones deplorables, sin analizar las causas ni las razones de su condena, la misión de la Iglesia es siempre la de la comprensión y la misericordia, actuando discreta pero eficazmente para que la situación de esas personas afectadas sea superada para bien de ellas y de los suyos, aunque no siempre se logren los resultados esperados. En suma, en este tiempo difícil, la Iglesia en Cuba pide la oración y la acción de todos los creyentes para que el amor, la reconciliación y el perdón se abran paso entre todos los cubanos de aquí y de otras latitudes.
Para cualquiera que preste atención a lo que acontece en Cuba hoy, sea cubano o extranjero, está claro que atravesamos uno de los momentos más singulares de nuestra historia. Por mucho que se insista en lo contrario, hay imprecisiones en los contornos económicos, políticos, culturales y hasta religiosos que condicionan la vida nacional. A lo anterior habría que añadir el lugar que ocupa la Iglesia en medio de la sociedad cubana: mientras para algunos dice demasiado, otros consideran que dice poco. Con esta entrevista al cardenal Jaime Ortega, Palabra Nueva ofrece no solo el criterio oportuno de nuestro arzobispo y pastor en relación con el momento que vivimos, sino que en su palabra se reitera, una vez más, el llamado de la Iglesia al diálogo y la reconciliación entre todos los cubanos.
Orlando Márquez
Palabra Nueva: Señor cardenal, recientemente los medios nacionales dieron amplia difusión a una reunión en la que estuvieron presentes los pastores y líderes de prácticamente todas las confesiones religiosas presentes en Cuba junto al presidente Raúl Castro, la señora Caridad Diego, jefa de la Oficina de Asuntos Religiosos, otros altos funcionarios cubanos, así como el religioso dominico brasilero frei Betto. Pero no hubo obispos ni representantes de la Iglesia católica en Cuba en ese encuentro. Esto ha generado en muchos algunas dudas o preguntas sobre la posición de la Iglesia en relación con el gobierno cubano. ¿A qué se debe la ausencia de la Iglesia católica en estos eventos?
Cardenal Jaime Ortega : Para este acto recibimos invitación tanto los obispos auxiliares como yo y otros miembros del clero y algunos religiosos y religiosas, pero declinamos asistir por tratarse de una conmemoración de dos eventos no relacionados directamente con la Iglesia Católica. Uno es el aniversario de una reunión efectuada por el presidente Fidel Castro hace veinte años con el Consejo de Iglesias de Cuba, al cual no pertenece la Iglesia Católica. El otro hecho conmemorado conjuntamente, fue la publicación en Cuba del libro “Fidel y la religión” de frei Betto, que tampoco nos implicaba directamente a nosotros como Iglesia, si bien este libro contiene varias acertadas respuestas de Fidel que tienen valor aún hoy, con respecto a temas pendientes en las relaciones Iglesia-Estado, como son varios aspectos de la educación católica. Pero no creemos que esta conmemoración justificara una convocatoria tan amplia de distintas confesiones religiosas, representantes de cultos sincréticos, espiritistas y aún dirigentes de la masonería, que no constituye esta última una religión.
Creo que lo único que tienen en común esas manifestaciones religiosas, animistas o asociativas, es el hecho de ser atendidas todas por la misma Oficina de asuntos religiosos del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Pero esta oficina, que presta servicios a los distintos sectores religiosos, pararreligiosos o asociativos de Cuba, no constituye una especie de máximo organismo que reúna, con un mismo fin, a los distintos grupos que le estarían subordinados.
P.N.: En ese mismo encuentro se evocaban palabras del ex presidente Fidel Castro en la entrevista concedida a frei Betto hace veinte años y recogida en el libro que usted menciona, concretamente su llamado a una “alianza estratégica” entre cristianos y marxistas para hacer frente a los males de América Latina. Pero ahora la “alianza estratégica” sería una alianza definitiva entre cristianos cubanos y las autoridades en Cuba para trabajar, se dijo, por el bien de la sociedad. Como la Iglesia no estuvo en ese encuentro, ¿qué responde a esa invitación a establecer una alianza estratégica definitiva con el gobierno por el bien de la sociedad?
C.J.O.: En efecto, se habló en esa ocasión de una alianza estratégica, con el Estado cubano y con vistas al bien del pueblo, por parte de los distintos grupos allí reunidos.
Nunca he aceptado esos términos para considerar la acción propia de la Iglesia dentro de la sociedad y sus relaciones con los poderes del Estado, porque tienen resonancias militares o políticas en nada conformes para desarrollar las relaciones de la Iglesia con el Estado, pues la posibilidad de actuar en la sociedad, de servir a los hombres y mujeres que viven en nuestro país, no depende de un pacto social expreso o tácito de la Iglesia con el Estado.
La acción de la Iglesia dentro de la sociedad pertenece al orden de los derechos y el derecho a la libertad religiosa está reconocido claramente en la Constitución vigente en Cuba. Es dentro de ese propio marco constitucional, según su misma identidad y su modo propio de proceder, que la Iglesia Católica despliega su misión en Cuba en pro del bien común. En la búsqueda del bien común puede la Iglesia coincidir con instituciones oficiales o privadas, con organismos internacionales de ayuda, etc., que colaboran al bien general de la nación cubana; pero ni vertical ni horizontalmente la acción de la Iglesia se funda en alianza alguna, sino que brota del derecho que tiene el cuerpo eclesial de hacer presente el amor de Jesucristo en el mundo de hoy según su propia misión.
P.N.: Cuando la Iglesia habla de bien común, habla también de una serie de condiciones favorables que permitan el desarrollo pleno de la persona que vive en sociedad. En las difíciles condiciones que atraviesa el país hoy, ¿cómo puede ayudar la Iglesia en la búsqueda del bien común para toda la sociedad?
C.J.O.: Nuestro país se encuentra en una situación muy difícil, seguramente la más difícil que hemos vivido en este siglo xxi . En la prensa de Cuba aparecen opiniones de todo tipo respecto al modo de buscar salidas para las dificultades económicas y sociales de este momento.
Muchos hablan del socialismo y sus limitaciones, algunos proponen un socialismo reformado, otros se refieren a cambios concretos que hay que hacer, a dejar atrás el viejo estado burocrático de tipo estalinista, otros hablan de la indolencia de los trabajadores, de la poca productividad, etc. Pero hay un denominador común fundamental en casi todos los opinantes: que se hagan en Cuba los cambios necesarios con prontitud para remediar esta situación. Yo creo que esta opinión alcanza una especie de consenso nacional y su aplazamiento produce impaciencia y malestar en el pueblo.
Las dificultades de la crisis económico-financiera internacional hicieron su aparición justo en el momento en que tres huracanes afectaban a Cuba dejando numerosas pérdidas.
Tanto estas realidades nuevas, como el ya semicentenario bloqueo por parte de Estados Unidos, se suman a las perennes dificultades económicas de Cuba provenientes de las limitaciones del tipo de socialismo practicado aquí y configuran un panorama a veces sombrío
P.N.: Perdón… ¿Cree verdaderamente que el conflicto con Estados Unidos marca de modo determinante la vida de los cubanos?
C.J.O.: Creo que un diálogo Cuba-Estados Unidos sería el primer paso necesario para romper el círculo crítico en que nos encontramos.
Al comienzo de su gestión el presidente Raúl Castro propuso a los Estados Unidos este diálogo sin condiciones y sobre todos los temas, incluyendo los derechos humanos, y ha repetido su propuesta en más de una ocasión.
En su campaña política presidencial, Barack Obama también indicó que cambiaría el estilo al uso y buscaría ante todo hablar directamente con Cuba.
En esos momentos crecieron las expectativas del posible encuentro entre ambos países. Sin embargo, después de llegar al poder, el nuevo presidente norteamericano ha repetido el viejo esquema de gobiernos anteriores: si Cuba hace cambios con respecto a derechos humanos, entonces los Estados Unidos levantarían el bloqueo y se abrirían espacios para un diálogo ulterior.
Si bien se dieron pasos importantes que modificaron algunas medidas contraproducentes impuestas por el anterior gobierno, con el tiempo se alteró la propuesta preelectoral. De nuevo la antigua política prevaleció: comenzar por el final. Estoy convencido que lo primero debe ser encontrase, hablar y en el avance del diálogo se darían pasos que puedan mejorar las situaciones difíciles o superar los puntos más críticos. Este es el modo civilizado de enfrentar cualquier conflicto.
P.N.: En las últimas semanas esta situación de enfrentamiento se ha agudizado, específicamente a partir de la muerte del preso Orlando Zapata Tamayo debido a una huelga de hambre. Al menos otro ciudadano cubano se ha sumado a este tipo de protesta, las esposas y madres de los presos políticos se manifiestan por sus seres queridos, a lo que el gobierno cubano responde con firmeza… Todo esto enrarece aún más el ambiente. ¿Es posible un diálogo en estas condiciones?
C.J.O.: El hecho trágico de la muerte de un prisionero por huelga de hambre ha dado lugar a una guerra verbal de los medios de comunicación de Estados Unidos, de España y otros. Esta fuerte campaña mediática contribuye a exacerbar aún más la crisis. Se trata de una forma de violencia mediática, a la cual el gobierno cubano responde según su modo propio.
En medio de esto ¿qué puede hacer la Iglesia por el bien común? Ciertamente su misión le impide sumarse simplemente a una de las dos partes enfrentadas, con propósitos políticos de desestabilización de un lado, y con el consecuente atrincheramiento defensivo de otro. Lo que nos corresponde como Iglesia es invitar a todos a la cordura y a la sensatez para que se pacifiquen los ánimos.
Sabemos que un llamado a la Paz es, históricamente, inútil en el fragor de una guerra. Pero es el llamado que siempre ha repetido la Iglesia en todo tiempo y ante cualquier conflicto. El Papa Pablo VI acuñó una frase que tiene aquí toda su validez: “Diálogo es el nuevo nombre de la Paz ”. Porque en medio de ese fuego cruzado de palabras y argumentos resulta afectado el pueblo, cansado y deseoso de un presente y un futuro más sereno y próspero. Si nuestra voz fuera escuchada, necesariamente tendría como contenido un llamado al diálogo.
Este llamado lo hicimos los obispos de Cuba en nuestra nota que lamentaba la trágica muerte de Orlando Zapata, en la que pedíamos “a las autoridades que tienen en sus manos la vida y salud de los prisioneros, que se tomen las medidas adecuadas para que situaciones como éstas no se repitan y, al mismo tiempo, se creen las condiciones de diálogo y entendimiento idóneo para evitar que se llegue a situaciones tan dolorosas que no benefician a nadie y que hacen sufrir a muchos”. Esta disposición conciliadora, aunque parezca mostrarse infructuosa, es la misma que repetimos en el caso de Guillermo Fariñas, el otro ciudadano cubano que se ha sumado a este modo de protestar: pedirle que abandone la huelga de hambre.
P.N.: En este ambiente de acción-reacción, hemos visto incrementarse entre nosotros las respuestas con alguna forma de violencia contra quienes expresan en Cuba sus desacuerdos o reclamos, específicamente en el muy comentado caso de las Damas de Blanco. ¿Qué piensa de esto?
C.J.O.: No es el momento de atizar las pasiones. Por eso resultan penosos los actos de repudio hacia las madres y esposas de varios presos, a las cuales se unen ahora otro grupo de mujeres, conocidas todas como las Damas de Blanco.
Después de los dolorosos actos de repudio ocurridos con ocasión del éxodo de El Mariel en 1980, pensaba que éstos no retornarían más a nuestra historia nacional. En aquella ocasión, los obispos nos entrevistamos con un alto funcionario del gobierno que, tras escuchar nuestras consideraciones sobre esos actos, nos dijo: “pueden irse tranquilos, estos actos tienen que acabarse y será muy pronto”. En efecto, los actos de repudio desaparecieron poco después en aquella ocasión. Pero con sorpresa vimos que algún tiempo después estas acciones comenzaron a aparecer de nuevo en la escena nacional, y también entre cubanos del sur de la Florida frente a otros cubanos de pensamiento diverso, o artistas procedentes de Cuba, etc. No debe quedar en nuestra historia como pueblo este tipo de intolerancia verbal, y aún física, como rasgo característico del cubano. De hecho son siempre pocos quienes escenifican estos actos que no indican el sentir de la mayoría.
P.N.: Volviendo a los presos políticos. Recuerdo que a raíz de las detenciones y juicios sumarios del año 2003, tanto la Santa Sede como los obispos cubanos pidieron a las autoridades gestos significativos de clemencia, gestos humanitarios para con personas que habían recibido largas sentencias y eran enviados muy lejos de sus casas. ¿Continúa la Iglesia expresando su interés por estas personas? ¿Hay algo nuevo al respecto?
C.J.O.: Respecto a los presos por causas políticas, la Iglesia ha hecho históricamente todo lo posible porque sean puestos en libertad, no sólo los enfermos, sino también otros.
Con la participación de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos en la década de los 80 salieron de la cárcel un buen grupo de presos, que junto con sus familiares más cercanos partieron para los Estados Unidos. Considerados todos juntos, prisioneros y familiares, fueron más de mil los que en varios vuelos costeados por los obispos norteamericanos salieron de Cuba. Sólo los que tenían grandes delitos de sangre no recibieron visas para los Estados Unidos u otros países. A petición del Papa Juan Pablo II en su visita a Cuba, también un buen número de presos fue puesto en libertad y emigraron cuantos recibieron visas de diversos países, con la misma reserva hacia los delitos graves por los países receptores.
Esto es lo que siempre hace la Iglesia con los presos y toda persona afectada en relación con ellos, como son sus familiares. Lo mismo ha hecho con respecto a los cinco cubanos presos en Estados Unidos a solicitud de sus familiares, haciendo gestiones, hasta ahora infructuosas, para que al menos dos de las esposas que hace ya casi diez años que no ven a sus esposos puedan visitarlos. Con respecto a todo aquel que se encuentra en situaciones deplorables, sin analizar las causas ni las razones de su condena, la misión de la Iglesia es siempre la de la comprensión y la misericordia, actuando discreta pero eficazmente para que la situación de esas personas afectadas sea superada para bien de ellas y de los suyos, aunque no siempre se logren los resultados esperados. En suma, en este tiempo difícil, la Iglesia en Cuba pide la oración y la acción de todos los creyentes para que el amor, la reconciliación y el perdón se abran paso entre todos los cubanos de aquí y de otras latitudes.
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